lunes, 9 de junio de 2008

Salamina, de Javier Negrete


O cuando la historia y sus personajes se hacen de carne y hueso, y eso es precisamente lo que consigue Javier Negrete (Madrid, 1964) con su novela histórica "Salamina", una recreación veraz y tremendamente creible de un periodo de la historia de Europa que, por su lejanía, a veces no es demasiado conocido, pero que de haber sido de otra manera, todo la historia de Europa, Asia y África hubiera sido distinta.

Negrete nos traslada a la Grecia Clásica, al siglo sexto y quinto antes de cristo y la Atenas anterior a Pericles, a Platón y a Sócrates. Estamos en el apogeo de las Guerras Médicas, en la que los distintos reinos y polis griegas se enfrentaron y/o se aliaron con los dos reyes persas más famosos del momento: Darío y Jerjes, padre e hijo repectivamente, en el momento en que el gran Imperio Persa decide conquistar la Grecia continental.

Temístocles, el gran estratega y demagogo ateniense es el protagonista de esta recreación. Y la llamo recreación porque para todos aquellos que conocen algo de historia antigua saben como terminó, con la victoria de los griegos sobre los persas, aunque no sin alguna que otra derrota, como la batalla de las Termópilas, donde los espartanos, con Leónidas y sus 300 se sacrificaron para que Esparta no fuera destruída por los persas y que, a la postre, le dió a la armada griega el tiempo suficiente para reagruparse y plantar cara a Jerjes en Salamina.

El contexto histórico se centra en la década que abarca desde el 490 al 480 a.C. Nos encontramos ante una serie de personajes históricos y otros que salen directamente de la imaginación de Negrete, cuyo gran acierto (en este y en todos los libros suyos que yo he leído) es hacer que estas personas, cuyas vidas están veladas por el mito, por la niebla de la historia y por la lejanía del recuerdo, cobren vida, se hagan de carne y hueso, sean creíbles y, lo más impresionante de todo, hace que toda esa guerra cobre vida delante de mis ojos en medio de mi pequeño salón; así, no es dificil ver a Temístocles, el héroe de la Batalla de Salamina (la mayor batalla naval de la historia hasta Lepanto) rumiando planes y estrategias, engaños y sobornos como si fuera el Ulises de Homero. O al gran Jerjes, Rey de Reyes, del cual nos han llegado pocos datos fiables de como era, aparte de las inscripciones hagiográficas (creo que se escribe así) de Persépolis donde, como es natural, sólo se resaltan los aspectos más favorables del rey, sus grandezas y logros, pero que nos lo escamotean como ser humano que una vez existió.

Salamina es ante todo y sobre todo, la historia de una batalla naval donde la Europa tal como ahora la conocemos, y Grecia como núcleo de nuestra historia, se jugó su destino y su futuro a una sola carta: caer bajo el yugo de la tiranía persa (y a pesar de la distancia histórica, no hago más que pensar que un tirano, un dictador y un imperio absolutista siempre será igual, independientemente de si se produce en el siglo V antes de Cristo o en pleno siglo XX), o ser ciudadanos libres, sometidos únicamente al imperio de la ley otorgada por ellos mismos (otra cosa sería meterme a discutir si el sistema de Atenas pre Pericles es justo o injusto, pero eso es otra historia).

Excepcional es la ambientación y las ciudades: Atenas con sus barrios, llamados demos, donde todos sus habitantes se perciben de manera muy real, o Babilonia, a donde nos trasladamos hacia la mitad del libro, y en donde solo cerrando los ojos y con las palabras de Negrete aún en los oídos aparece la imponente mole del Zigurat o de los Jardines Colgantes (donde transcurre una de las escenas más eróticas y a la vez cargadas de sentido político de toda la novela).

Y por supuesto, la recreación de las batallas: Maratón, las Termópilas y Salamina. Hay momentos en que uno parece estar oliendo la sangre, el sudor, el miedo de los protagonistas, o se convierte en el propio Temístocles, cercado por todo tipo de problemas y viendo como una y otra vez se le escapa la gloria y la fama a manos de otras personas menos capacitadas que él. Porque ese es el otro gran acierto de Negrete: conseguir que el lector se identifique o, mejor dicho, se ponga en la piel de todos y cada uno de los personajes: el ya citado Temístocles y su principal enemigo Jerjes, o con Artemisa, la reina de Halicarnaso, o con Mardonio, el principal general del imperio Persa.

Son, todos ellos y todos los que no he citado, personajes reales que existieron, pero que entre las páginas de Salamina dejan de ser listas de nombres históricos para convertirse en humanos, con las miserias y gradezas que eso implica.

Gracias Javier Negrete por hacerme disfrutar de dos días de lectura intensa donde mi mente ha volado y sobrevolado las montañas y estepas de Grecia y Mesopotamía, por llevarme a esa Grecia Clásica que amo y que muy pocas veces ha sido contada, recreada y construída de forma tan verar como en este libro.

1 comentario:

perenquén dijo...

Creo que empezaré con Negrete por este libro, cuando termine con Rebelión en la granja.